La biodiversidad es el extenso abanico de expresiones de vida en la Tierra, resultado de una vasta red de interacciones que abarca desde los diminutos genes hasta los complejos ecosistemas. Este tejido nos sostiene con alimentos, agua, aire limpio, medicamentos y muchos beneficios más. Sin embargo, las presiones humanas han debilitado seriamente este sistema, y a medida que se pierden hábitats, especies y sus interconexiones, esta red se vuelve cada vez más frágil. No sabemos cuál será el hilo que al romperse nos dejará caer, pero cuanto más cortamos, más probable es que lo encontremos, arriesgando la viabilidad de la especie humana misma.
Los murciélagos, con más de 1,400 especies, son el segundo grupo de mamíferos más diverso. Son, además, héroes anónimos —pero injustamente temidos— en el mantenimiento de esta red: gracias a su capacidad de vuelo pueden cubrir grandes distancias, interactuando con múltiples especies. Así, hilan de maneras sorprendentes sus ciclos de vida y caminos evolutivos, conectando desde pequeños microorganismos hasta gigantescos árboles. A través de estas interacciones, los incomprendidos murciélagos enriquecen nuestras vidas con diversos alimentos, textiles, bebidas y paisajes. Y, como sucede con el resto de la biodiversidad que perdemos, la ruptura de estas relaciones puede tener graves consecuencias.
Veganismo conectivo y regenerativo
En las regiones tropicales y subtropicales del mundo, los murciélagos y las plantas han desarrollado relaciones mutuamente benéficas. Miles de especies de plantas obtienen dos servicios esenciales de estos animales nocturnos: la polinización (a cambio de un dulce néctar) y la dispersión de sus semillas (ofreciendo deliciosos frutos). Esta colaboración no sólo mantiene las poblaciones de ambos grupos: es crucial para el funcionamiento de los ecosistemas y su efecto en cascada ha moldeado muchos paisajes en el mundo.
Por su tamaño y capacidad de vuelo, los murciélagos nectarívoros transportan más polen y a mayores distancias que cualquier otro animal1. En estas visitas florales, los murciélagos obtienen alimento mientras conectan genéticamente a las poblaciones de más de 500 especies de plantas en el mundo2, asegurando su capacidad de adaptación a enfermedades y cambios ambientales. Este intercambio también tiene un gran valor económico, pues muchas de estas plantas sostienen industrias multimillonarias, como los emblemáticos agaves (de los cuales obtenemos bebidas como el tequila y el mezcal) y el durián, un famoso fruto del sureste asiático.
Los murciélagos frugívoros protagonizan el siguiente capítulo de la historia al consumir los frutos producto de la polinización —no necesariamente de murciélagos— y dispersar sus semillas hasta a varios kilómetros de la planta madre. En el continente americano, más de 500 especies de plantas son dispersadas por murciélagos3 (por ejemplo, pitayas, nanches, hierba santa, capulines, zapotes y ciruelas). Muchas de ellas, como el guarumbo y la sosa, son las primeras en brotar cuando se tumban las selvas, convirtiendo a los murciélagos frugívoros en elementos clave para la regeneración de ecosistemas tropicales húmedos y secos. En México, son responsables de casi el 80% de las semillas dispersadas por animales en la Selva Lacandona4, mientras que en los desiertos de Sonora y Tehuacán el murciélago magueyero da “servicio completo” a los cactus columnares, polinizando sus flores y dispersando las semillas de los frutos resultantes5.
Ambas interacciones son fundamentales para la integridad y el funcionamiento de estos ecosistemas únicos, asegurando tanto la reproducción y diversidad genética de las plantas como su sucesión generacional. Sin embargo, al depender de la vegetación para su alimento —y, a veces, refugio—, estos murciélagos son especialmente vulnerables a los cambios de uso de suelo. Este fenómeno es la principal causa de pérdida de biodiversidad, arriesgando tanto la estabilidad de los ecosistemas como los beneficios que nos dan.
Carrera armamentista en miniatura
Los murciélagos comen muchas más cosas que sólo néctar, polen y frutos. De hecho, la mayoría se alimenta de otros animales: el 75% come insectos6 y algunos pueden cazar vertebrados pequeños como aves y roedores7. Ciertas especies que se alimentan de polillas y otras potenciales plagas tienen alas largas y delgadas que les permiten volar muy alto a más de 160 km/h8, siendo los animales más veloces por vuelo autopropulsado (sin ayuda de la gravedad, a diferencia del halcón peregrino). Otras tienen alas anchas y cortas que les permiten maniobrar entre la vegetación, donde pueden comer hasta mil mosquitos por hora9. Algunas pueden detectar presas como saltamontes y escarabajos en el follaje, mientras que otras, tras escuchar el paso ligero de un ratón o el croar de una rana, caen sobre ellos usando sus alas como una red de pesca.
Los murciélagos son cazadores tan efectivos que sus presas han desarrollado maneras de evadirlos, en una carrera armamentista que lleva millones de años en curso. Hoy, muchos insectos pueden “escuchar” los llamados de ecolocalización de estos cazadores alados y los evaden ejecutando aterrizajes de emergencia. Algunos saltamontes despistan a los murciélagos con sus cantos o se posan en árboles espinosos, fuera de su alcance; mientras, ciertas ranas guardan silencio cuando ven su silueta alada en el cielo nocturno10. Quizás el caso más extremo sean las polillas11: algunas tienen estructuras en las alas que los murciélagos pueden arrancar sin lastimarlas y pliegues que distorsionan su ecolocalización. Otras pueden generar un sonido de alta frecuencia para ahuyentarlos o, incluso, ahogar su señal ultrasónica y desorientarlos.
Ya hemos hablado de los valiosos servicios que algunos murciélagos nos dan al controlar los insectos que atacan nuestros cultivos y que nos transmiten enfermedades como la malaria. Sin embargo, estos beneficios están en riesgo: las poblaciones de algunas especies comunes de Norteamérica se redujeron en más de un 90% entre 1995 y 201812. Esto se debe principalmente a la destrucción de sus refugios y de los ecosistemas donde viven, los generadores eólicos sin medidas de mitigación, algunas enfermedades emergentes y los eventos climáticos extremos.
Murciélagos incomprendidos: los vampiros
Los rincones tropicales de Latinoamérica son escenario de una interacción única entre ciertos animales y unos mamíferos muy especiales: los murciélagos vampiros. Este grupo tan particular está formado por sólo tres de más de 1,400 especies: el murciélago vampiro común (Desmodus rotundus), el murciélago vampiro de patas peludas (Diphylla ecaudata), y el murciélago vampiro de alas blancas (Diaemus youngi). Ellos son, de hecho, los únicos vertebrados terrestres que se alimentan exclusivamente de sangre, quizás porque la sangre es tan pobre en nutrientes que los vampiros pueden morir si no se alimentan un par de noches. ¿La solución? Hacer amigos. Estos astutos murciélagos regurgitan sangre para alimentar a compañeros cercanos menos afortunados, sabiendo que les devolverán el favor en un futuro. Estas relaciones a largo plazo han sido comparadas con las amistades humanas13, demostrando lo altamente inteligentes y sociales que son estos animales.
El murciélago vampiro común, Desmodus rotundus, es por mucho el vampiro más abundante. Históricamente, estos murciélagos tenían que desplazarse largas distancias para encontrar algún tapir, venado o pecarí débil o enfermo. Como las poblaciones de esos animales eran pequeñas, había pocos vampiros y sus interacciones con el ser humano eran infrecuentes. No obstante, con la introducción de millones de cabezas de ganado a América desde la Conquista, han encontrado un inmenso y accesible buffet. Con ello, hemos provocado que sus poblaciones crezcan a tal grado que a veces nos generan problemas14.
Como prácticamente todos los mamíferos, los murciélagos vampiros pueden contraer el virus de la rabia, y a veces lo pueden transmitir al igual que zorrillos, mapaches, zorras y otras especies. Al combinar esto con sus hábitos alimenticios, sus grandes números y la ganadería extensiva, la transmisión de la rabia al ganado y muy ocasionalmente al ser humano se vuelve un problema. La gran mayoría de los casos de rabia humana en el mundo se deben a mordeduras de perros rabiosos, pero en México no ha habido uno solo de estos casos reportado desde 2006 gracias a exitosas campañas de vacunación15. Desde entonces, en México se han registrado anualmente alrededor de dos muertes humanas por rabia16 y 400 casos en ganado17 (como referencia, los accidentes de tránsito dejaron 4,401 muertos solo en 202118). No obstante, estimamos que en el país se exterminan al menos 10,000 murciélagos al año por miedo injustificado y falta de información. El control letal del vampiro común puede ayudar, pero su uso incorrecto daña a otras especies y aumenta la proporción de murciélagos contagiados. Este problema no tiene una sola solución, sino que requerirá de políticas públicas de vacunación y vigilancia epidemiológica19, mejores prácticas ganaderas, la difusión adecuada de información y, probablemente, el reducir las tierras dedicadas al ganado.
Valor irremplazable
Los murciélagos son nodos irremplazables en la compleja red ecosistémica, cuyas interacciones han moldeado múltiples procesos evolutivos desde mucho antes de que iniciara el capítulo de la humanidad. Hoy, estos aliados alados nos regalan numerosos beneficios que tocan nuestra vida diaria directa e indirectamente, pero que nadie contempla en las cuentas públicas. Tristemente, también son ejemplo de los delicados procesos que están siendo comprometidos por las presiones humanas que causan la pérdida de biodiversidad. Nuestros injustos prejuicios ponen en especial riesgo a sus poblaciones y, por lo tanto, comprometen la integridad de los servicios que nos brindan. Es indispensable que aprendamos a ver a éste y otros grupos de seres vivos incomprendidos como valiosos integrantes de la red que nos sostiene y, sobre todo, que debemos proteger y reparar. EP
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